Corazón Salto

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sábado, 17 de julio de 2010

La Patada Voladora


Creo que la frase de la semana es la de la “patada voladora” que el Presidente Chávez estuvo a punto de propinarle al Cardenal Velasco en La Orchila, el 13 de abril de 2002.
No es que no hayan pasado cosas más importantes, como el enloquecimiento de Álvaro Uribe con sus “pruebas”, que lo único que demuestran es que el tipo es un verdadero enfermo de poder, de esos que no miden las consecuencias de sus actos; o el sainete hipócrita del gobierno de Holanda, sirviendo de plataforma a la peor estrategia bélica gringa en el Caribe, pero queriendo pasar por un paisito simpático donde la gente fuma tranquilamente monte en la calle.
Aún así, creo que eso que comentó el Presidente acerca de la Iglesia, con la genialidad de refranero que lo caracteriza, sintetiza perfectamente la terrible realidad de nuestra sociedad.
No es que los obispos o los curas en general sean más trogloditas en Venezuela que en otro lugar. La iglesia, como institución, es igual de reaccionaria en todas partes, y sus obispos parecen salidos del mismo cuento de horror y tienen el mismo olorcito a guardado con talco que los descalifica automáticamente para cualquier actitud de vanguardia.
La diferencia radica en que, en la mayoría de las sociedades occidentales, los prelados no juegan un papel tan visible como el que juegan aquí. Ojo, sus iglesias están tan vacías como las nuestras, y el rumbo general de la sociedad no puede ser más indiferente a las consejas de los predicadores. Pero como consecuencia lógica de esa marginalidad, nadie sabe cómo se llaman los obispos, a nadie le interesa lo que piensan o dicen, ni lo que escriben cuando se reúnen. A lo sumo saltan a la primera página de los diarios cada vez que se ven envueltos en un escándalo moral, de corte sexual o económico, y más por aquel morbo generalizado, que confieso en cierta medida compartir, de ver a un tipo con cara de yonofuí atrapado in fraganti con un liguero y un látigo o bebiéndose el diezmo de la parroquia.
El caso de Venezuela se reduce, una vez más, al problema de los medios, y a la tan trillada pero cierta realidad de que éstos transmiten lo que le da la gana a sus dueños, y no lo que nos interesa a la mayoría. Y la verdad es que la mayoría nos pasamos por el forro lo que piensan los obispos, pero a pesar de ello en cada momento clave de la vida republicana nos los incrustan en el libreto, sin que nadie logre explicarse bien qué vela tienen en el entierro.
Y ahora lo veo clarito. Como en el guión de una película. El destino de la Patria está en juego. Golpistas y patriotas colisionan como trenes, colocando a la nación al borde de la guerra civil. El líder revolucionario se encuentra temporalmente exiliado en una isla desértica, donde no puede más que meditar ante el Caribe infinito que se abre frente a sus ojos. Cuando, de repente, aparece un curita con un papelucho y un bolígrafo, portando una pesada y calurosa vestimenta negra que desluce en la belleza tropical, y con ese olorcito a guardado con talco que solo una monja puede soportar. Antes, todo era trágico, épico. De pronto, se torna patético.
Como en una película de John Woo, me imagino a Chávez iniciando el movimiento rotatorio en cámara lenta, sobre la playa. Veo sus pies despegando del suelo, despidiendo granos de arena todo azimut. Sus brazos se extienden y giran, dándole balance al cuerpo. Su cabeza rota, y la mirada de reojo busca fijar con antelación el objetivo. La pierna zurda comienza a extenderse en dirección del prelado que, ineluctablemente, continua su marcha hacia el punto de impacto. La bota acierta en el cuello, imprimiendo el zigzaguear de su suela en la patena. El abultado cuerpo episcopal pierde equilibrio. Los pies se desprenden del suelo al tiempo que la cabeza se dirige al piso, dándole a todo un movimiento rotatorio alrededor de un eje situado a la altura de la cintura. Todo termina con el impacto amortiguado de la nuca en la arena, y la visión del busto victorioso y a contraluz del autor de la patada voladora. Y aquel sentimiento de infinita satisfacción.

17 de julio de 2010

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