Corazón Salto

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sábado, 28 de marzo de 2015

Inteligencia Económica

Mi columna de opinión semanal en Notiminuto


La economía es el mayor desafío al que tiene que hacer frente la Revolución Bolivariana, y por supuesto el gobierno del Presidente Nicolás Maduro.
Las razones para esto son obvias para quienes vivimos en Venezuela, pues en los últimos dos años hemos podido constatar en carne propia los efectos, en forma de inflación y escasez, de la turbulencia económica que sacude a nuestro país.
La buena noticia es que hoy por hoy toda la sociedad venezolana está consciente de las dificultades a las cuales nos enfrentamos y, factor tal vez más importante, también lo está todo el chavismo.
La segunda buena noticia es que también hay claridad acerca de los males que estructuralmente afectan a la economía venezolana. A la ya conocida vulnerabilidad a la cual expone la dependencia de la renta desde un punto de vista macroeconómico, los 15 años de Revolución han añadido la evidencia de que la viabilidad a largo plazo de un “Estado social de Derecho y de Justicia”, necesita resolver la difícil ecuación del incremento de la riqueza. El Comandante Chávez claramente identificó en los años 90 del siglo pasado que existía una gigantesca “deuda social” acumulada tras casi un siglo de rentismo petrolero, y se dedicó inmediata y efectivamente a saldarla, tomando control político de la renta e iniciando un ambicioso y generoso proyecto de democratización de su uso. Tal vez uno de los grandes legados de Hugo Chávez para la historia larga de Venezuela, esa que se leerá cuando todos quienes le hayamos conocido ya no estemos de cuerpo presente, haya sido el de echar las bases materiales de la democracia en la cual vivimos, y haber abonado a la historia universal ese ejemplo contundente de que un proyecto auténticamente republicano reposa necesariamente sobre sólidas fundaciones sociales. En el año 2015, está claro que nuestro problema cambió de naturaleza, pues la renta nos permitió saldar la deuda e incluso ir un poco más allá, pero para seguir transitando por la senda que Chávez trazó, ahora tenemos que crear las riquezas que queramos eventualmente socializar, pues la renta ya no es suficiente.
Y la tercera buena noticia es que esta toma de consciencia se ha hecho sin que hayamos experimentado, ni los venezolanos ni el chavismo, un proceso de normalización o “aggiornamento” ideológico. Como lo he dicho en ocasiones anteriores, el pueblo venezolano no pide un cambio de modelo, sino exige, como es de esperarse, que el modelo que escogió funcione correctamente y se perfeccione, se adapte, evolucione con sus circunstancias. Por su lado el chavismo, el gobierno y el Presidente Maduro en primera instancia, han demostrado tanto en palabra como en acción su absoluta lealtad y compenetración con el proyecto originario de Chavez. Está más que claro, al frente del gobierno tenemos a un Presidente chavista y socialista.
¿Entonces dónde está el problema? Hoy más que nunca pienso que nuestro problema es mucho más sencillo de lo que nos imaginamos. Precisamente porque no tiene que ver con cuestiones trascendentales como son la ideología, el gran proyecto político de largo plazo, la formulación de la visión de la sociedad a futuro. O no totalmente por lo menos. En el Plan de la Patria, por tomar el programa político del chavismo, están plasmados un conjunto de objetivos materiales concretos a los que la sociedad venezolana adhiere en su mayoría, como lo demostró aprobando ese programa dos veces en los años 2012 y 2013. Nuestro problema en realidad es cómo alcanzar esos objetivos. Con qué herramientas concretas de política económica. Nuestro problema no es de definición ideológica. ¡Nuestro problema es de gestión!
Para ponerlo en términos concretos, una política cambiaria con tres tipos de cambio no es más (ni menos) socialista que una política de un solo tipo de cambio. En ninguna parte está escrito que la frontera ideológica entre socialismo y capitalismo se sitúa entre quienes defienden un tipo de cambio fijo y subsidiado, y quienes abogan por un tipo de cambio móvil a un precio de equilibrio. Todo eso no son más que herramientas de política, y la única pregunta pertinente es si unas u otras nos permiten alcanzar los objetivos políticos que nos hemos trazado. Si son herramientas que nos permiten resolver problemas, o si por el contrario nos generan más problemas de los que nos resuelven. Para ponerlo otra vez en términos muy concretos, la pregunta sería si mantener un dólar al tipo de cambio fijo de 6,30 BsF es la única vía para tener alimentos y productos de primera necesidad a precios solidarios en Mercal. Yo, claramente, pienso que no lo es. Porque además, la existencia simultánea de otros tipos de cambio separados por un gran diferencial de precio, ofrece un terreno fértil para la especulación financiera a la que se dedican quienes le hacen la Guerra Económica al Presidente Nicolás Maduro, a la Revolución y a todo el pueblo venezolano.
Igual debate se plantea sobre nuestra deuda externa. Al contrario de lo que pretende la derecha, la deuda financiera venezolana, de apenas 80.000 millones de dólares en valor nominal, representa menos de un tercio de nuestro Producto Interno Bruto, es decir menos de 30% de las riquezas que produce Venezuela en un año. Pero como producto de los prejuicios políticos de las agencias calificadoras internacionales con la Venezuela bolivariana (otro ingrediente de la Guerra Económica), los intereses que pagamos por esa deuda son exorbitantes, y van directamente a los bolsillos de los grandes fondos de cobertura (Hedge Funds) que poseen buena parte de nuestra deuda. En consecuencia, tener una política de diálogo con los mercados financieros para disminuir el costo de la deuda venezolana no es vender su alma al capitalismo, sino ahorrarle hasta 5.000 millones de dólares anuales en intereses a la Patria, para que los invierta en bienestar para el pueblo. De hecho, un efecto “positivo” de nuestra mala calificación crediticia es que nuestra deuda se cotiza a un precio muy bajo, es decir que su valor total de mercado no supera los 30.000 millones de dólares. Desde hace 2 años hace mucho sentido que el mismo Estado recompre su deuda con un gran descuento, y deje de ser castigado con el pago de intereses. Eso se llama una política de “Gestión de Pasivos”, que no es ni capitalista, ni socialista, sino que es la política más inteligente que se puede tener. ¿Qué fue lo primero que hizo Yanis Varoufakis, el ministro de finanzas marxista del nuevo gobierno griego? Se fue corriendo a sentarse con sus acreedores y con la antigua Troika. No para vender su alma, sino para defender su política.
Estas y muchas otras cuestiones económicas han estado en debate a lo largo de los últimos meses, y para cada tema importante han surgido desde el chavismo un conjunto de propuestas razonadas y fundamentadas. Pero siempre pareciera que lo que nos impide avanzar es no tener la seguridad de si el chavismo y la mayoría de la sociedad está dispuesta a apoyar que nuestro gobierno tome un conjunto de iniciativas ambiciosas para recuperar la solidez y el dinamismo de la economía venezolana. La única forma de saberlo es lanzar el debate hacia la sociedad, y explicar de manera muy transparente qué objetivos se quieren alcanzar con qué políticas. Estoy seguro de que el pueblo venezolano tiene, como en muchas otras áreas, la inteligencia económica de sobra para participar en ese debate, y al final del camino apoyar a su Presidente en lo que tenga que emprender para asegurar que en Venezuela haya chavismo para rato.

¡Viva Venezuela mi Patria Querida!

domingo, 22 de marzo de 2015

Un desastre de profetas


Mi columna semanal publicada en Notiminuto


En Venezuela, la realidad es cruel con los profetas del desastre. Desde el primer día en que el Presidente Chávez tomo posesión hace 16 años, hubo quien se especializó en preconizar que una catástrofe nos aguardaba a la vuelta de la esquina. Que si ahora sí que se acabó la democracia. Que si esta vez sí que sí, Venezuela va a hacer default sobre su deuda. Que si el nuevo caracazo no tarda más de 48 horas en suceder. Que si nos van a quitar a nuestros hijos, y tendremos que compartir nuestro apartamento con una familia de damnificados… La proyección cataclísmica del futuro es inherente a la visión conservadora de cualquier iniciativa audaz, transformadora o rebelde, y forma por supuesto parte de su batería de propaganda de guerra para atemorizar y desmoralizar a la gente. De hecho, hasta el infamemente célebre “Decreto de Obama” forma parte de esta suerte de visión histérica de la derecha sobre Venezuela, al afirmar que la seguridad nacional de Estados Unidos está amenazada por nuestro país, exageración absurda que no se toma en serio ni la desquiciada de Ileana Ros-Lehtinen.

Y si la profecía del desastre prolifera en tiempos de bonanza, crecimiento y bienestar, podrá uno imaginarse lo que sucede cuando la coyuntura es más compleja y que las dificultades afloran. Desde hace dos años, he perdido la cuenta de las predicciones alocadamente catastróficas que interlocutores categóricos me han dado por inminentes, con esa seguridad y aplomo que otorga, aunque suene duro decirlo, la ignorancia. Y cada vez, lo confieso, he caído en la trampa de cuestionarme a mi mismo. Cuando alguien se me acerca y me dice: “supongo que tú estás claro de que mañana va a pasar tal cosa terrible”, siempre siento esa mezcla de pena con envidia que provoca el sentirse excluido del primer anillo de la información, con el aliciente de que, una y otra vez, la tal cosa terrible nunca termina pasando, pues no se trata de otra cosa que de un rumor infundado más, una afirmación sin pies ni cabeza y desprovista de basamento analítico y racional. Al final, me consuelo diciéndome que siempre me entero de último de esos rumores apocalípticos, porque a la mayoría de mis conocidos les da vergüenza desperdiciar mi tiempo comentándomelos, pero siempre hay una excepción a la regla…

Y aunque sea muy temerario aquello de ponerse a predecir sobre la realidad de una sociedad, yo le seguiré apostando a una lectura racional y apaciguada de la Venezuela de hoy. Asumiendo como postulado de base que los venezolanos no somos una partida de maniáticos caprichosos y compulsivos, sino gente razonable que tiene principios y valores que rigen su forma de actuar. De hecho, si hay una ley infalible en ciencias sociales, es aquella de que no hay mejor manera de predecir el futuro que estudiando el pasado. Simplemente porque los eventos tienen una lógica, una secuencia, una coherencia que no suele ser alterada a menos que intervenga un shock externo brutal. La mejor respuesta a la pregunta “¿tu crees que de verdad va a haber elecciones legislativas este año en Venezuela?”, siempre será: “en Venezuela no se ha suspendido una elección en décadas, y además el PSUV y la MUD anunciaron que van a escoger a sus candidatos en primarias que ya tienen fecha”. “¿Y piensas que el chavismo tiene chance de ganar?” – “pues, aunque esta vez la situación económica coloca al gobierno en una posición complicada, no olvides que el chavismo ha ganado 18 de las 19 elecciones anteriores, así que nada está jugado de antemano”. “¿Y qué pasará si el chavismo llegara a perder? – “pues lo mismo que pasó la única vez que perdió. Reconocer los resultados y reformular su estrategia política”. Y así sucesivamente. Y si a alguien le suena eso demasiado racional, es porque se ha dejado contaminar por los profetas del desastre, aquellos que se empeñan en que tengamos una visión de nuestro futuro totalmente divorciada de nuestro pasado, de lo que somos en realidad y no lo que cuatro locos quieren que seamos.

Siguiendo ese razonamiento, podríamos decir que el pasado del chavismo en Venezuela está plagado de victorias políticas y de conquistas sociales. El pasado reciente de nuestro país indica que la gran mayoría de nuestros compatriotas está compenetrada y conforme con la visión solidaria que el chavismo propone de la sociedad, pero también demuestra que existe una exigencia creciente de que el chavismo asegure, de manera eficiente y honesta, la traducción en hechos concretos y palpables de su propuesta política.  A diferencia de lo que los profetas interesados del desastre se la pasan repitiendo a diestra y siniestra, la sociedad venezolana no pide ni ha pedido nunca un “cambio de modelo”, lo que sí exige es que el modelo que hemos escogido y ratificado en cada elección desde 1999 cambie lo que tenga que cambiar en su organización interna, en su proceso de toma de decisiones, en su modo de gestión, para seguirle entregando al país la cosecha de logros y éxitos que ha tenido en Revolución. El chavismo es el único modelo político, económico y social exitoso que ha generado la sociedad venezolana contemporánea. ¡No hay ninguna razón para cambiarlo! O sí, sólo habría una, y es que nos reveláramos incapaces de adaptar nuestro modelo a sus circunstancias, y en vez de inventar soluciones, quisiéramos resolver problemas nuevos consultando en un manual. Por aquello de “o inventamos, o erramos”.

El chavismo tiene con qué prolongar el camino de victorias y conquistas que ha recorrido en el pasado. Y por supuesto que tenemos con qué ganar las elecciones legislativas de este año. En nuestras manos está no darle el gusto a los profetas del desastre, y seguir demostrando que son un desastre de profetas.

Temir Porras Ponceleón

@temirporras

domingo, 15 de marzo de 2015

La hora de los patriotas

Mi artículo de opinión publicado en Notiminuto


Hay dos tipos de venezolanos. Los patriotas, y los demás. Afortunadamente los primeros somos los más, quienes por encima de cualquier convicción política, cualquier creencia religiosa, cualquier vínculo familiar o cultural, somos ante todo hijos de la patria de El Libertador Simón Bolívar.
Y por supuesto que un patriota debe estar dispuesto a dar hasta la vida por la patria, pero lo valioso en esto, más que el hipotético acto de sacrificio, es la disposición. Porque el patriotismo en política consiste en preservar o hacer avanzar los intereses superiores de la patria, evitando por sobre todas las cosas que llegue a encontrarse en la situación de amenaza extrema que requiera el sacrificio de sus hijos para salvarla.
La guerra, más que la continuación de la política por otros medios como se le conoce en la definición clásica de Clausevitz, es en realidad la derrota de la política. Más aún cuando la política tiene como fin el que se le ha dado en la Revolución Bolivariana, es decir la transformación democrática de la sociedad hacia un ideal de justicia e igualdad. Porque la guerra requiere la movilización general de todas las energías de la patria e impone un fin único a toda la sociedad, que es lograr la victoria final. Así que cuando se pelea la guerra la riqueza no se distribuye, sino que se moviliza hacia el esfuerzo de guerra, y por eso se habla de “economía de guerra”. Más aún, la guerra es un formidable destructor de riquezas. El economista francés Thomas Piketty demostró recientemente en su extraordinaria obra “El Capital en el siglo XXI”, que las dos guerras mundiales del siglo pasado tuvieron como consecuencia las dos destrucciones de capital más gigantescas de la historia de la humanidad, producto de la destrucción material causada por estas dos guerras a escala industrial, que por primera vez llevaron el campo de batalla a los centros poblados donde se concentra, por ejemplo, el patrimonio inmobiliario e industrial de la sociedad. Por más que el tan famoso complejo industrial y militar de los Estados Unidos haya asentado su poderío económico en ese momento, el saldo de las dos guerras a nivel global en términos de riqueza, fue abrumadoramente negativo. Colocando un ejemplo más cercano a nosotros en el cual no quisiera ni pensar, un bombardeo sobre Caracas tendría como consecuencia, además de un saldo humano pavoroso, la destrucción de la riqueza petrolera que la Revolución ha transformado, entre otros, en hogares gracias a la Gran Misión Vivienda Venezuela. Y para quienes lograsen sobrevivir a tal cataclismo, representaría la pérdida del único capital del cual disponen, el que les entregó la Revolución en forma de vivienda propia. La guerra sería, efectivamente, el único medio que tendría el imperialismo para frenar abruptamente el avance de la Revolución Bolivariana y desviar todos sus esfuerzos al propósito de sobrevivir.
Debemos tener absolutamente claro que la Revolución, para hacer Revolución, necesita paz. Incluyendo a nuestros adversarios de la oposición en este postulado, diríamos que la democracia venezolana, para ser democracia, necesita paz. Y para preservar la paz hacen falta patriotas ¿Pero será que la oposición venezolana tiene claro este punto? Al escuchar sus declaraciones de esta semana la respuesta no es muy alentadora…
La “Orden Ejecutiva” firmada por Barack Obama esta semana, declarando una “emergencia nacional” ante la “inusual y extraordinaria amenaza” que representa Venezuela para la seguridad nacional de los Estados Unidos constituye un peligro que hay que tomar muy en serio. No porque signifique que nos van a declarar la guerra pasado mañana, sino porque constituye un acto concreto más, de inusitada agresividad, en lo que claramente es una escalada voluntaria de la administración de Barack Obama contra Venezuela. Aunque sea un poco temprano para afirmarlo categóricamente, pareciera que nos estamos convirtiendo en la moneda de intercambio, en el hueso que ha decidido lanzarle Obama a los perros rabiosos de la derecha estadounidense, para compensar el costo de su política de apertura hacia Cuba. El problema con esta “estrategia”, que es la típica estrategia del débil, es que al final de cuentas uno de los escenarios posibles es el peor de todos. Que la derecha rabiosa (por algo es rabiosa) no muerda el hueso y siga ladrando como de costumbre. Que la política cubana de Barack Obama finalmente no lleve a nada demasiado concreto, y en todo caso, no logre desmontar el arsenal jurídico anticubano, es decir el bloqueo contra Cuba. Y que sin haber avanzado hacia ninguna parte, Obama nos deje como legado un arsenal legislativo antivenezolano del cual heredará su sucesor, que en cualquier hipótesis, sea demócrata o republicano, se situará a su derecha en el escenario político estadounidense. Una belleza…
El Presidente Maduro ha hecho lo correcto, que consiste en tomar las disposiciones que están a su alcance para asegurar la defensa de la nación, activar de inmediato la poderosa diplomacia venezolana para suscitar la solidaridad latinoamericana ante la amenaza de Obama y, sobre todo, por sobre todas las cosas, no escalar. ¿Pero qué ha hecho la oposición? ¿Más allá de una que otra voz tímida y dispersa? La absurda reacción de Henrique Capriles lo resume todo. En primer lugar, dejar de lado lo fundamental para enfocarse en lo superfluo. Con el perdón de los siete compañeros que aparecen en el decreto de Obama, lo menos importante del decreto es la sanción a funcionarios militares y policiales venezolanos. Al resumir todo esto en un problema de “Nicolás y sus enchufados” Henrique Capriles esparció en la plaza pública su absoluta ignorancia de la geopolítica, y en consecuencia su total impreparación para los asuntos de Estado. Al escucharlo, bendije mil veces las dos derrotas electorales que le propinamos en 2012 y 2013. Y luego, la oposición “democrática” pasa por alto que, con su decreto, Obama apunta el dedo índice del Tío Sam hacia la extrema derecha venezolana, la que pide “la salida”, así sea a costa de la soberanía nacional y de la patria. El “I want you” es con los López, Ledezma y Machado. A los demás, como diría Chávez, ni siquiera los ignoraron.
Así que muy a su pesar, a la oposición que pretenda desmarcarse de los locos de Ramo Verde no le queda otra opción racional que hacer frente con el presidente Nicolás Maduro y con las fuerzas de la Revolución en defensa de la soberanía nacional, porque es la Patria la que llama, no la política. En concreto, en Venezuela ha llegado la hora de los patriotas. Y a la oposición le llegó la hora de dejar claro si son, o si no son.

lunes, 9 de marzo de 2015

Todavía no somos Chávez

Mi columna semanal de opinión publicada en Notiminuto


Decir que Hugo Chávez nos hace falta es un gigantesco eufemismo. A todos, nos hace falta. A quienes lo admiramos y lo seguimos, pero también a quienes adversaron su obra ayer, y siguen adversando sus ideas hoy. Obra y pensamiento, teoría y práctica, el vacío dejado por Hugo Chávez en el escenario político venezolano, por no mirar más allá de nuestras fronteras es, una vez más, abismal.

Ojeando uno de los libros de quien se ha convertido en uno de mis autores económicos favoritos, el economista chino Justin Yifu Lin, me topé con una famosa cita irónica, y hasta sarcástica, de Albert Einstein, que me parece resumir bastante bien esta suerte de crisis existencial que nos afecta. El eminente físico habría dicho que “la teoría es cuando se sabe todo y nada funciona. La práctica es cuando todo funciona y nadie sabe por qué. En este caso hemos combinado la teoría y la práctica: nada funciona… y nadie sabe por qué”.
A diferencia del chiste de Einstein, Chávez abonó constantemente la teoría, haciendo un esfuerzo permanente para formalizar de manera estructurada e inteligible, es decir teorizar, sus objetivos políticos. La Revolución Bolivariana y el Socialismo del Siglo XXI son la respuesta a ese “por qué” millones y millones de nosotros decidimos seguir sus pasos. Pero también se impuso la obligación de hacer permanentemente la demostración concreta, en la práctica, de la superioridad de su propuesta política sobre todas las demás. Con Chávez presenciamos el ciclo de expansión económica más grande de nuestra historia, la reducción de pobreza más espectacular (las dos cosas, de hecho, guardan correlación directa), el mayor avance en materia de derechos políticos y sociales, la mayor relevancia geopolítica para nuestra patria. Esos son hechos concretos, medibles, irrefutables, no opiniones subjetivas.

En palabras esta vez de Ignacio Ramonet, el intelectual de talla mundial que mejor entiende la esencia profunda del chavismo, rindiéndole homenaje hace un par de días en París al conmemorar dos años de su desaparición física, Chávez era a la vez Charles de Gaulle y el Frente Popular de 1936. Es decir la encarnación de la idea, la grandeza de la Nación, de la República, de la dignidad nacional, y la transformación material y concreta de la vida cotidiana de millones y millones de excluidos que accedieron de su mano a la dignidad de ciudadanos. Chávez encarnó, en la política, la situación inversa a la descrita por Einstein en las ciencias físicas: todo funciona, y todo el mundo sabe por qué. El éxito en la práctica le otorga legitimidad y fuerza a la referencia teórica, y la referencia teórica a su vez le da coherencia a la acción práctica, incrementando sus posibilidades de éxito concreto.
Y no hay duda de que ambas cosas nos hacen falta hoy. A todos, como país quiero decir, porque no me refiero exclusivamente a nosotros los millones de chavistas, ni tampoco al puñado de compañeros que están en funciones de gobierno. Todos estamos claros en que la cosa no está caminando como debería, pero tampoco está demasiado claro por qué la cosa no está caminando…

La visión estratégica de lo que queremos hacer con nuestro país en un horizonte temporal de 10, 15, 20 años, y las señales concretas de que estamos avanzando hacia allá son una necesidad absoluta si no queremos quedarnos encerrados en una suerte de crisis existencial que nos paraliza, mientras el mundo a nuestro alrededor sigue en movimiento, a veces a velocidad insospechadamente rápida. Como lo he sugerido en semanas anteriores, superar de una vez por todas a la derecha extrema que juega al caos y a la inestabilidad es una necesidad para el país entero, no sólo para el chavismo. Porque su agenda loca de destrucción a corto plazo nos hace daño a todos, imponiéndonos un debate político primario que, francamente, es indigno de un pueblo que se ha colocado desde 1999 a la vanguardia del debate mundial acerca de la teorización y la práctica de la democracia política. Hay que decirlo y repetirlo, en el año 2015 Venezuela no merece ni guarimbas ni atentados golpistas, y quienes piensan al país así tienen (por lo menos) 15 años de retraso mental. Nos tenemos que deshacer, todos juntos, de Fedecamaras, Conindustria, Consecomercio y sus diferentes variantes y metástasis en la sociedad venezolana, porque nos quieren mantener secuestrados en la Venezuela que diseñaron en los años 70 del siglo pasado, donde los venezolanos somos unos bobos que nos consumimos los espejitos que ellos importan, mientras ellos nos saquean la renta y con ella se atragantan en Miami hasta que se mueren de un infarto en la cubierta de un yate.

Chávez, ese gran dialéctico que describe Ramonet, trazó esa línea estratégica de avance que durante 15 años nos hizo pensar en una Venezuela muy superior al proyecto de mediocres que se nos planteó en el último cuarto del siglo XX, y a ambos lados de esa línea, a su izquierda y a su derecha, entre chavismo y oposición, generó el grado exacto de tensión positiva, creadora, que nos permitió avanzar concretamente, en la práctica, por una senda de prosperidad y democracia inédita en nuestra historia. ¡Grande Chávez! ¿No?

Hoy, que Chávez ya no está, el principal desafío estratégico que enfrenta el país es volver a encontrar esa línea de tensión. Pero vamos a tener que encontrarla colectivamente, precisamente porque se nos fue el gran creador que nos hizo ese “pequeño” favor en la última década y media.

A quienes piensan la política (¿Hay alguien ahí?) y a quienes la hacen día a día, incluso en la oposición, no les vendría mal detenerse un segundo cada día a pensar, gritando para sus adentros, ¡Todavía no somos Chávez!

sábado, 28 de febrero de 2015

¿Empresarios o Burócratas?

Publicado en Notiminuto

¿Empresarios o Burócratas?

Hace unos cuantos años, un amigo de origen extranjero describía el mundo de la empresa privada venezolana como un caso excepcional y tal vez único en el mundo, en el cual se podían ver cristalizados, al mismo tiempo, los peores defectos del neoliberalismo salvaje y los del burocratismo soviético.
Para ilustrar esta sorprendente afirmación, tomaba el ejemplo de una famosa panadería del este de Caracas donde había que, para obtener un cachito y un café, sucesivamente tomar un número y esperar, dictar una orden a un trabajador que llenaba una planilla, tomar esta planilla y dirigirse a la caja, esperar de nuevo, pagar, recibir un ticket que otro trabajador pegaba con cinta adhesiva a la planilla, presentarse en un área de despacho, esperar por tercera vez y, finalmente, recibir la orden no sin antes hacerse sellar el ticket por un último trabajador como prueba administrativa de la entrega. Según el relato algo exagerado de mi amigo, en su país ni para tramitar una herencia o un divorcio había que enfrentarse a tanta burocracia…

Esta imagen de ese reflejo burocrático que habita en buena parte del sector privado venezolano me ha venido a la mente en estos últimos meses, en los que el tema de las dificultades económicas que atraviesa nuestro país ha estado en boca de muchos, y en especial de quienes ocupan los cargos oficiales de representación del empresariado. No ha pasado un solo día sin que los presidentes de Fedecámaras, Consecomercio o Conindustria hagan una evaluación calamitosa del estado de nuestra economía, insistiendo hasta la saciedad en que el origen de nuestros males, y al mismo tiempo la solución milagrosa a los mismos, radica en el tema de la “asignación” de las divisas.
Y no soy yo quien va a negar las dificultades económicas por las cuales atravesamos. Suficientemente he expresado mi opinión personal acerca de lo que pienso debería ser nuestra estrategia económica, y jamás desaprovecho una oportunidad para promover dentro del chavismo una discusión más profunda sobre estos temas. Suficientes hectolitros de tinta también se han derramado para especular acerca de si debe haber o no una unificación cambiaria, de cuál debe ser el precio de equilibrio del dólar, e tutti quanti. Así que no voy a llover sobre mojado.

Pero a propósito de especulación, hoy me interesa abordar esa asunción cuasi generalizada de que en la economía venezolana existe un deber poco menos que constitucional del Estado de proveerle divisas a todo el mundo, y a los empresarios en particular. Y ni siquiera solamente proveer, sino además, en el lenguaje del empresariado oficial, “asignar”, como se le asigna el presupuesto a un ministerio, o la mesada para dinero de bolsillo a un menor de edad… Si creemos en la sinceridad de Jorge Roig –hagamos un ejercicio extremo de ficción pedagógica-, con que el Estado le “asignara” divisas suficientes y a tiempo, él convertiría a Venezuela entera en la suma de la Silicon Valley, el Valle del Rin y la costa este de China. El problema por supuesto radica –aquí es donde la ficción alcanza sus límites- que ni Jorge Roig, cuyos méritos como empresario son un enigma para Venezuela entera, ni ninguno de sus antecesores, jamás hizo nada medianamente parecido. Los defensores autoproclamados de la libre empresa, críticos del intervencionismo estatal que el chavismo habría llevado a su máxima expresión, se han contentado desde siempre, palabras más palabras menos, con buscar el camino más directo y expedito para apropiarse de la renta petrolera, es decir las famosas divisas que el Estado debe religiosamente proveer, y ahora más, “asignar”. Postulado que raya, por decir lo menos, en la esquizofrenia agravada, ya que todavía le falta a Fedecamaras explicar cómo diablos puede el Estado no intervenir y al mismo tiempo asignarle sus divisas, a menos que lo de no intervenir quiera decir que pretenden que los dejen “asignarse” las divisas ellos mismos, en cuyo caso no serían ellos los esquizofrénicos, sino nosotros los débiles mentales.

Se me refutará que la culpa primigenia del tema de la “asignación” es del Estado, entiéndase del chavismo, por haber instaurado un mecanismo de control de cambio, y accederé a que en eso tienen un punto. Pero la realidad es que, si de producir se trata, a muy pocos de esos burócratas del empresariado les haría falta que les “asignaran” unos cuantos dólares. En primer lugar porque los activos líquidos del sector privado venezolano en el exterior se miden, como es ampliamente sabido, en cientos de millardos de dólares. Muchos de esos burócratas privados son millonarios en dólares, y en consecuencia poseen las divisas suficientes para cubrir sus compromisos en el exterior. Si para algo sirve el SIMADI (tal vez para lo único), es para inyectar de manera extremadamente ventajosa dinero en la economía venezolana. Aprovechando que están sentados esperando que el Estado les asigne sus dólares, le podríamos informar a los burócratas del empresariado que, a tasa de SIMADI, los costos de producción en Venezuela pueden ser competitivos con países del sureste asiático. ¿Cuánto cuesta en dólares SIMADI un litro de gasolina, un kilovatio hora de energía eléctrica, un metro cúbico de agua potable, una unidad tributaria, un (improbable) sueldo mensual de 100.000 BsF? ¿Se habrán enterado los burócratas que en Venezuela la suma de los impuestos y contribuciones sociales no supera el 15% del PIB, es decir menos de la mitad que lo que en los Estados Unidos? ¿Que nuestro Impuesto Sobre la Renta es sumamente bajo y que la fiscalidad sobre el patrimonio es prácticamente inexistente? Todo eso configura, incluso considerando la larga lista de problemas que enfrenta nuestro país, un escenario bastante favorable a quien tenga la intención genuina de emprender, independientemente que la iniciativa se sitúe en la economía pública, mixta, comunal o privada. Los números son los mismos. Además, la economía de la Red permite hoy exportar servicios, conocimiento y mucho valor inmaterial que no necesita pasar por un puerto ni por un peaje. Pero claro, dije producir, exportar, palabras que no forman parte del léxico de la burocracia empresarial que de lo que sabe es de importar y especular.

Por eso cuando lean en las encuestas de opinión que los venezolanos valoramos positivamente la iniciativa privada, los burócratas del empresariado no deberían emocionarse, porque no es en ellos en quienes estamos pensando. Millones de venezolanos se sienten en capacidad de emprender un proyecto económico propio que, por qué no, en muchos casos podría encontrar en la economía comunal su mejor espacio de realización. Al fin y al cabo, una iniciativa económica comunal no deja de ser en parte la iniciativa privada de una Comuna. Es a esos millones de venezolanos que el Estado debe “asignarse” la tarea de incrementar exponencialmente sus incentivos y su acompañamiento, incluso “asignándoles” algunas divisas, porque esos sí que no tienen cuenta en el HSBC.
En cuanto a los burócratas del empresariado, la divisa del Estado bien podría ser “asignarles” la insigne tarea de quedarse así como están, detrás de sus escritorios, esperando sentados.